RUTA 1: EL PILAR – LA SALEMERA

RUTA 1

EL PILAR – LA SALEMERA

Ruta: Descenso
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  • Distancia: 15,26 Km
  • Altura máxima: 1594 m.
  • Altura Mínima: 20 m.
  • Altura de la salida: 1462 m.
  • Altura de la llegada: 19 m.
  • Desnivel máximo: 1573 m.
  • Ascensión acumulado: 135 m.
  • Máxima velocidad: 9229 m/h
  • Max. Pendiente: 8,7%
  • Mínima Pendiente: -33,9%

Una ruta con desniveles pronunciados y que navega sucesivamente por todos los pisos de vegetación de la vertiente oriental, desde el pinar húmedo hasta la árida costa.

El trayecto comienza en un tramo compartido con el final de la Ruta 4 (algo menos de 5 km). Tras el Llano de la Mosca, el trazado sortea frutales semiabandonados antes de bajar hacia el llamativo Roque Niquiomo. Se trata de un domo volcánico, es decir un tapón de lava que solidificó sin salir a la superficie y al que la erosión ha desprovisto de su envoltura.

A sus pies encontraremos su reverso orográfico: la Sima del Niquiomo, una cavidad vertical con 50 metros de caída. A pesar de que su acceso es muy complicado (nada aconsejable sin el equipamiento adecuado), nos consta que los habitantes prehispánicos de la isla ya entraban en ella con frecuencia, probablemente atraídos por el agua que rezuman sus paredes.

La ruta vira luego hacia el Sur aprovechando una pista forestal, pero en enseguida vuelve a enfilar el naciente acompañando al Barranco de San Simón. Abandonado ya el monteverde, el paisaje se abre y se hace agrícola en el entorno de La Sabina. Como los otros trece que conforman el municipio de Villa de Mazo, es un barrio de dimensiones modestas, sembrado de viviendas de estilo canario. Pasamos junto a la Cruz del mismo nombre y embocamos el Barranco de Las Cuevas, del que nos apartamos para cruzar la LP-206. Por debajo de esta vía enlazamos con el camino hacia Malpaíses, segundo núcleo urbano de nuestro recorrido y que también dispone de algunos servicios básicos para reponer fuerzas o adquirir víveres.

Atravesada la segunda y última carretera (la LP-2, que articula todo el Sur de la isla), el entorno enseña ya su tercera y última reencarnación. Lavas jóvenes, casi desnudas, donde las plantas se agarran apenas a un palmo de suelo fértil. Tabaibas, higuerillas y vinagreras son las dueñas de este paisaje, rematado en la lejanía por la silueta de la Montaña del Azufre.

Y por fin, salvando el acantilado, el núcleo costero de La Salemera, donde la ruta muere oportunamente junto a un racimo de bares y restaurantes. Un chapuzón en su cercana playa de callaos aliviará en lo posible la fatiga muscular acumulada.